¿Qué vacío hay tras sus ojos?

Y no recuerdo cuando se fue. No recuerdo su peinado, ni sus manos. No recuerdo su paso al andar, ni su voz. El único recuerdo suyo que tengo es un lienzo, a medio pintar, sin luces ni sombras establecidas y sin firmar. Siquiera al revés había una marca o cruz, ni una inicial.
Los bordes estaban descoloridos, veinticuatro años hacían ya que estaba guardado en mi placard. La pintura enmohecida desprendía un leve hedor, pero aún así, mi aprecio era el mismo, por más que el recuerdo no. Sus rasgos faciales estaban bien marcados, parecía tan real... No se distinguía sus labios por el óleo putrefacto que manchaba su rostro delicadamente ancestral. Su piel, tan lisa se veía, el tiempo no la sabía opacar.
Sus ojos aún brillaban. Negros, con profundidad. Como si en ellos hubiera un vacío inmenso que no pudiera acabar; como si hubiera quedado algo por decir, por confesar. Podía ver un dejo de alegría bajo sus cejas. Cansancio... de melancolía quizá. Claramente se notaban unas prominentes ojeras bajo sus ojos.
Su mirada no estaba sostenida por ningún tipo de gravedad emocional en el momento que fue retratado. Su cabello ligeramente peinado echado hacía atrás, tapaba sus orejas, pero dejaba visible una frente ancha y libre de arrugas para su allegada edad.
El labio superior, inclinado hacia la derecha dejando marcadamente cierta incomodidad en si, o propio de su gesticular.
Un sacón desprendido y a los hombros la pintura se descascara. Un pañuelo acomodado al cuello; atado al frente por un pequeño nudo.
Como si el retrato expresáse más allá de lo que el óleo deja ver.
Tanto... frío, una sensación, un pesar... ¿Qué lamentar? Una mirada acusadora a quienes criticaron por incomodar, más allá de su ida.
Incorregibles palabras e hipócritas pensadores por mal hablar así de su persona. Aquel lienzo no oirá eso de mi, permanecerá en mi placard.
Es mi pequeño homenaje.